La política rusa está desconcertada como consecuencia de los levantamientos en el mundo árabe, en particular por la revolución egipcia. Los que están hartos de un sistema político cada vez más autocrático, esperan movilizaciones por parte de los ciudadanos rusos, mientras que aquellos que salieron bien parados del colapso de la Unión Soviética, rechazan cualquier implicación en la escena política rusa.

La renuncia oficial rusa a considerar los vientos de cambio en Oriente Medio, contrasta con las reacciones producidas en el resto del mundo, lo cual nos habla del verdadera estado de la política rusa. Mientras que la invasión de Libia ha reanimado el fantasma del Imperialismo Estadounidense/italiano/francés/británico en el Norte de África – poco  positivo para Rusia las consecuencias del tsunami egipcio que barre a políticos corruptos, autoritarios y a sus socios comerciales,  sin ninguna necesidad de misiles Exocet franceses o de aviones no tripulados de EEUU e Israel, resulta aún más inquietante para el Kremlin, y esto no tiene nada que ver ni con Chechenia o Dagestan, donde la violencia no podría empeorar si se produce  una revolución pacífica de masas como en Egipto.

La ausencia de entusiasmo fue una reacción visceral de los gobernantes y se debe a una buena causa, ya que a pesar de tener muy diferentes culturas e historia, los rusos afrontan una situación parecida, más o menos, a la de los egipcios con anterioridad al 25 de enero. La política rusa de la era postsoviética no ha encontrado la forma de que la voz de los rusos se oiga, como quedó demostrado de forma evidente en 1993, cuando Yeltsin disolvió violentamente el Parlamento, y luego en 1996, cuando el comunista Gennadi Ziuganov ganó las elecciones presidenciales, pero fue apartado por las maquinaciones de la camarilla de Yeltsin y sus aliados Occidentales.

Desde entonces, “los maquiavélicos tecnólogos políticos” han ofrecido un plato que Ivan Krastev ha denominado “Democracia soberana”, una combinación de “democracia dirigida y nacionalismo”, un antídoto ante la peligrosa combinación de presión populista desde abajo y presión internacional que destruyó los regímenes post-comunistas de Ucrania, Georgia y Kirguistán, las denominadas “revoluciones de color”.

La elite política ha logrado evitar el destino  de aquellos regímenes y estabilizar el estado del duunvirato Putin y Medvedev, pero en este proceso se ha producido un regreso de Rusia a la falta de democracia del período soviético, sustituyendo la asistencia social del comunismo y la política exterior antiimperialista por una pizca de pluralismo. La primavera árabe no es ninguna revolución de color falsa, y lo que pasa en Egipto es un asunto alarmante para la elite rusa, tanto para los partidarios del más nacionalista Putin  como para los más eurófilos de  Medvedev. Aunque Putin contradijera de forma escandalosa a su presidente criticando la invasión Occidental de Libia como una "Cruzada", pocos en Rusia se toman este asunto en serio.

Su rivalidad puede dar un poco de salsa a la política rusa, pero los ingredientes principales son los mismos. Minetras que Medvedev se esfuerza es llevar a cabo un programa más Occidentalista, Putin juega en la retaguardia a la defensiva, elogiando a ratos la herencia soviética y otros condenado las amenazas Occidentales y las invasiones. En efecto, como dice Israel Shamir: “sólo Putin está en medio del malestar de la gente y los peces gordos de Moscú. Los rusos saben que los oligarcas y los jerarcas del Kremlin están perfectamente integrados en el esquema capitalista de Occidente: su dinero en las Bahamas, sus hijos estudiando en Oxford, poseen casas en la Riviera y Hampstead, tienen acciones en multinacionales.  Y junto con sus amiguetes Occidentales van trasquilando a los rusos”.

El dúo Medvedev-Putin es un ejercicio de equilibrio – si uno se va, el sistema postsoviético entero se tambalea. Las elites tienen buenas razones para temer el ejemplo de los revolucionarios egipcios. Sin embargo, hay algo más importante para los partidarios Occidentales del Kremlin, que se deriva del descontento que se extiende por todo el mundo árabe. Mientras que hasta hace unos meses, las visitas de la OTAN a Ucrania y Georgia ponían en un aprieto a los defensores de las nuevas relaciones entre Estados Unidos y Rusia, el ruido de las bombas explotando en Libia y los gases lacrimógenos lanzados en Yemen y Bahrein ahogan los intentos de la OTAN para expandirse hacia el Este. Nikolas Gvosdev explica que “tanto Rusia como Polonia sienten que la operación [en Libia]  puede ser un asunto decisivo para el futuro de la Alianza del Atlántico Norte”.

Pero con la OTAN empujando hacia el Este, amenazando a una Rusia ahora dócil , dificultando  el mantenimiento de su hegemonía en sus cercanías, sin plantear ninguna amenaza a Europa Occidental.

Por lo tanto la negativa del embajador ruso  Vladimir Chamov ante la ONU a vetar la Resolución UNSC  1973, es claramente una maniobra para derrocar a Muammar Gaddafi, aunque se disimule bajo los faldones de la ONU con la "responsabilidad  de proteger". Rusia utilizó por última vez su derecho de veto de las Naciones Unidas  en 2008 para evitar las sanciones contra Zimbabwe, y de forma más importante  en 1999 para evitar una intrusión de las Naciones Unidas de Serbia. La resolución de Libia era tan cínica como ésta, pero provocó sólo una abstención. (China  hizo lo mismo para no ser el raro.)

El pueblo ruso está  en contra de la invasión, que ya se denomina  Kosovo-2 en Moscú. Para ellos, "una intervención Occidental es una intervención Occidental, una de las muchas que se han encubierto”, escribe Shamir.

El otro rompecabezas aparece en la respuesta negativa de Polonia y Alemania para formar parte de la acción orquestada en Libia. La respuesta está en las implicaciones de este nuevo proyecto de la OTAN para Europa y el papel central del presidente francés  Nicolás Napoleón, (perdóneme, quería decir Sarkozy) juega en todo esto. Si Rusia aprueba la expansión  de la OTAN  hacia el este desde el  sur y se acerca al Oeste, Polonia pierde su importancia como  Estado de primera línea “para mantener a raya a los rusos”. Esta es la razón de su descontento. En cuanto a Alemania, a diferencia de Francia, ha estado preocupada de ampliar se área de influencia económica  hacia el este, incorporando Rusia en una asociación euroasiática más amplia,  donde tendrá la última palabra. Sospecha de la Unión Mediterránea de Sarkozy,  apañada  por Sarkozy en 2008  desde el principio y, como Polonia, está contra la intervención de la OTAN en Libia.

La Unión Mediterránea reúne a todos los países Mediterráneos y la Unión Europea, incluso Israel, sin Libia. Al mismo tiempo, la OTAN ha intentado una Iniciativa de Cooperación de Estambul (Turquía y el Consejo de Cooperación de Golfo (GCC)), y el GCC+4 (+ Egipto, Jordania, Iraq, EE.UU). Éste último fue denominado en 2007 como la “OTAN de Oriente Medio”, la sucesora de la Organización de Defensa de Oriente Medio (MEDO) creada a principios de los años 1950 para incluir Egipto, Iraq, Turquía y otros.

Este cambio tiene sentido tanto para Europa como para  EU. Afganistán es una causa perdida y tendrá que ser abandonada pronto. Es mucho más racional destinar  dinero y esfuerzo en la región mediterránea, integrar a Israel y (con suerte) arrastrar a  Irak, ya que MEDO es una nueva fuente de ganancias. La invasión de Libia es una nueva oportunidad de reavivar a una OTAN enferma. AFRICOM, el último brazo militar de Estados Unidos, se alegrará de echar un mano. Estados Unidos ya está considerando la posibilidad de enviar tropas de tierra para ayudar a los aliados rebeldes libios, y con un Gaddafi derrocado - ¿quién sabe? Tal vez la AFRICOM encuentre su nueva sede en Trípoli. Todavía está alojada en Alemania, ya que ningún país africano se ha ofrecido a darle aposento. 

Desde el punto de vista francés, este cambio "de una división entre el Este y el Oeste y establecer un puente Norte-Sur", como Gvozdev lo llama, va a matar a no menos de tres pájaros de un tiro: se deshacen de Gaddafi, con lo cual no se  amenaza el  acercamiento de  Europa a Rusia, y Francia se pone de nuevo a la cabeza dentro de la UE. Se deshace de un plumazo de alemanes y polacos.

EE.UU, al igual que  Rusia, no deseaban este desarrollo de los acontecimientos en el mundo árabe (en particular en un estratégico Egipto), ya que lo ocurrido desde enero de  2011 en Oriente Medio no ha satisfecho del todo a los  estadounidenses. Es mucho más fácil  tratar con dictadores que duran y duran décadas y tienen hijos impacientes por asumir el papel de sus padres. Lo que pasará en Egipto ahora, o en Libia, está lejos de estar claro, pero quieren sacar el mayor provecho de la situación.

Al igual que el mundo árabe, y, en particular, Egipto, Rusia está madura para el cambio. Y la misma receta para cambiar el lamentable estado de las cosas se aplica en ambos casos: una coalición de la izquierda y otras fuerzas de la oposición (en Rusia, sobre todo los nacionalistas, en Egipto los islamistas). La estrategia contra-revolucionaria es también idéntica: más democracia dirigida, que divide a las fuerzas de la revolución confiando  en las campañas urdidas  por los tecnólogos políticos, complementado con  acciones secretas - posiblemente actos "terroristas", difundiendo noticias falsas, finanzas e  inestabilidad monetaria, crisis del petróleo y otras cosas por el estilo.

Los revolucionarios egipcios seguramente desean que los rusos tengan la misma opinión. Pero como los políticos de Moscú (por no mencionar París) observan el resurgimiento de la OTAN en Afganistán y ahora en Libia, y aprueban la política que satisface sus necesidades geopolíticas independientemente de su mérito, deberían recordar que MEDO se deshizo al producirse  la revolución  de Egipto  en 1952. No siempre es posible que  revoluciones genuinas satisfagan las necesidades del viejo orden y de sus amigos extranjeros.

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Canadian Eric Walberg is known worldwide as a journalist specializing in the Middle East, Central Asia and Russia. A graduate of University of Toronto and Cambridge in economics, he has been writing on East-West relations since the 1980s.

He has lived in both the Soviet Union and Russia, and then Uzbekistan, as a UN adviser, writer, translator and lecturer. Presently a writer for the foremost Cairo newspaper, Al Ahram, he is also a regular contributor to Counterpunch, Dissident Voice, Global Research, Al-Jazeerah and Turkish Weekly, and is a commentator on Voice of the Cape radio.

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