Mientras Rusia se prepara para su temporada electoral de este invierno, el Frente Popular de Putin y el frente nacionalista de Rogozin tocan una antigua melodía soviética e incluso piden prestada una nota a los revolucionarios en El Cairo.
En la víspera del Día de la Victoria del 9
de mayo que celebra la derrota del fascismo, el primer ministro ruso Vladimir Putin causó sorpresa cuando anunció la
formación de un “Frente Popular”. Estaba hablando en una conferencia de Rusia
Unida en Stalingrado (perdón, Volgogrado). La extracción del armario histórico
comunista de ese anacronismo previo a la Segunda Guerra Mundial tenía obviamente
la intención de conjurar cálidas memorias de tiempos soviéticos de un pueblo que
trabajaba junto en armonía para derrotar a un enemigo común.
¿Pero cuál
es hoy el enemigo común? ¿Y tiene el partido político que gobierna Rusia un
papel y un prestigio comparable al del Partido Comunista de antaño? ¿O se trata
solo de otro intento de la nueva elite –después de deshacerse de un Yeltsin
desacreditado a favor de un Putin de ojos de lince y luego agregar un Medvedev
joven y perspicaz– de impedir que los rusos se vuelvan contra el duro orden
neoliberal post-soviético?
No cabe duda de que la escena política rusa
languidece. Los índices de aprobación de Putin, un 53%, son los más bajos en
mucho tiempo. El presidente Dmitri Medvedev ya es considerado un funcionario
saliente. Los comentaristas, sobre todo en Occidente, argumentan que el problema
es que Rusia todavía es débil como sociedad civil, que necesita décadas para
lograr el nivel de democracia, supuestamente más maduro, que disfruta Occidente,
basándose en la suposición de que la sociedad civil no existía en absoluto en el
socialismo, donde el Partido Comunista tenía el monopolio del poder
político.
Sin embargo, el partido que ahora domina la política rusa,
Rusia Unida, es mucho menos un partido populista auténtico que el Partido
Comunista. Carece de toda ideología perceptible al rechazar a la izquierda y a
la derecha a favor del “centrismo político” a fin de unir a todos los sectores
de la sociedad, subrayando el pragmatismo. Como tal, es solo el vehículo para
políticos que tratan de sacar tajada y de traficantes de influencias lo que, en
vista del modelo económico post soviético basado en la mafia y la corrupción,
significa que más de un 30% de los rusos lo perciben, con razón, como un
“partido de pillos y ladrones”, según un sondeo Levada de abril. No muy
diferente de los republicrats estadounidenses o del ahora prohibido Partido
Nacional Democrático de Egipto. Esos expertos también descartan la única
verdadera oposición, los comunistas, por no representar ideas
“nuevas”.
Aunque es difícil que los rusos aprecien la perspectiva de otra
revolución, la revolución de Egipto, que apunta a los personajes clave de la
corrupción hasta en los puestos políticos más importantes, indudablemente
provoca suspiros de aprobación en el antiguo mejor amigo de Egipto. (La Unión Soviética y Egipto fueron estrechos aliados de
1953 a 1973). Putin no toca por primera vez fibras sensibles de la época
soviética para lograr ventajas políticas. Hizo que se volviera a utilizar el
himno nacional soviético y genialmente condenó el colapso de la Unión Soviética
en las celebraciones del 60 aniversario del 9 de mayo en 2005 como “la mayor
catástrofe geopolítica del siglo”.
El profesor Alexandre Strokanov del
Lyndon State College señala otro aniversario que asusta a los políticos rusos
–el vigésimo aniversario de la destrucción/colapso de la Unión Soviética-. “Los
últimos 20 años probaron de un modo bastante evidente que los modelos políticos
y socio-económicos elegidos a principios de los años noventa para Rusia y otros
Estados post soviéticos fracasaron miserablemente, y solo causaron deterioro y
degradación en todos los aspectos de la vida.”
¿Será que el Frente
Popular pretende defender este estado lamentable de la situación neoliberal?
¿Reforzará el tándem Putin-Medvedev en la preparación para las elecciones
parlamentaria de diciembre de 2011 y presidencial de marzo de 2012? Que haya
sido Putin el que tomó esta iniciativa muestra que sigue siendo la espina dorsal
del actual orden político. El anuncio algo después de la aparición de auténticos
frentes populares en el mundo árabe es significativo.
Otro evento notable
es la reciente inscripción del Congreso de Comunidades Rusas, una organización
de nacionalistas rusos moderados fundada y ahora “dirigida espiritualmente” por
el carismático Dmitri Rogozin. Algunos observadores creen que la cooperación del
frente de Putin en un nuevo tándem con los nacionalistas moderados de Rogozin
tiene la intención de debilitar a los nacionalistas. Tal como el sentimiento
nacional fue un factor clave para lograr el éxito del cambio político radical en
Egipto en febrero, el nacionalismo ruso representa ahora la fuerza más vigorosa
que exige un cambio.
En Egipto, nacionalistas, socialistas y la Hermandad
Musulmana aseguraron el éxito de la revolución en febrero. Rusia tiene una
confluencia diferente de fuerzas políticas. La religión tiene un papel mucho más
débil. El nacionalismo, más su tradición comunista, deben constituir la
inspiración de un frente verdaderamente popular para revitalizar la política
rusa.
Putin quiere presentarse como nacionalista después de haber
restaurado un cierto grado de dignidad a Rusia disminuida por su aceptación de
Occidente, pero fuera de eso solo ha hecho cambios cosméticos en la última
década, al dejar en su sitio a los oligarcas (por lo menos los políticamente
aceptables). La introducción de una cara liberal, representada por Medvedev,
para acomodarse mejor a Occidente, ha sido menos que un gran éxito, y las
fuerzas contrarias a Putin recobran fuerzas, pero desde la derecha, en lugar de
los desdeñados liberales rusos.
Esos liberales advierten de que Putin
está reforzando la tendencia antidemocrática de la última década, y vuelve al
estilo político de los días de la Unión Soviética. Pero ignoran el hecho de que
la unidad social forzada del pasado se basaba en una ideología muy real de
relativa igualdad social, y de desarrollo económico que aseguraba puestos de
trabajo y bienes a la población en general (aunque carentes de embalaje
atractivo). Es algo que Rusia Unida no puede prometer, ya que la economía
depende de los caprichos del mercado y de un orden social occidental menos que
benévolo. La corrupción post soviética es mucho peor desde todo punto de vista,
y los “déficit” de tiempos soviéticos han sido reemplazados por bolsillos vacíos
para la mayoría de los ciudadanos.
Las únicas verdaderas alternativas
para los rusos ante el actual marasmo neoliberal son los comunistas –si logran
transmitir su mensaje– o los nacionalistas. Putin simplemente no puede obligar a
la economía a servir las necesidades de la gente, ya que tiene obligaciones con
los oligarcas y mafiosos locales y sus aliados en el extranjero, representados
por Rusia Unida y él mismo –a pesar de todas sus posibles buenas
intenciones-.
El dilema parece ligeramente diferente al de Egipto en los
preparativos para las elecciones de septiembre y noviembre. En Egipto, todos
están ahora orgullosos de ser egipcios, de modo que la diferencia es más
rigurosa entre continuidad con el sistema neoliberal legado por Anwar Sadat y
Hosni Mubarak (Amr Moussa y Mohamed ElBaradei) y la alternativa socialista
(Hamdeen Sabahi con Karama, su partido nasserista).
El control de hacia
dónde vaya Egipto ahora depende de los Hermanos Musulmanes y su Partido Libertad
y Justicia. Si en noviembre vence el candidato presidencial capitalista o
socialista dependerá de quién reciba el apoyo de los Hermanos Musulmanes (HM).
Asimismo, la dirección en la cual se moverá la sociedad egipcia depende de la
facción que apoyen los HM en el nuevo parlamento. Si los HM se ponen de parte de
los capitalistas, sería una réplica del actual intento de Putin de atraer a los
nacionalistas a su Frente Popular, lo que significaría que la dinámica
subyacente en los hechos es la misma y que la revolución en Egipto se
paralizará.
Pero incluso si la izquierda de Egipto triunfa, aliada con
los HM, las perspectivas son sombrías. Obama ha ofrecido “generosamente”
perdonar a Egipto unos increíbles mil millones de dólares de su deuda y le
ofreció otros mil millones a fin de “trabajar con nuestros socios egipcios en la
inversión de esos recursos pra promocionar el crecimiento y a los
emprendedores”. ¿Por qué, se podría preguntar, permitió el ahora farisaico
EE.UU. que el régimen desaforadamente corrupto de Mubarak contrajera esa “deuda”
para comenzar? Obama también ha propuesto que el Banco Mundial y el FMI preparen un
plan “para promover la reforma e integrar mercados competitivos entre ellos y
con la economía global”. Este lenguaje neoliberal se puede traducir
aproximadamente como “imposición” o mejor aún “chantaje”. Es obvio lo que
sucederá con esa generosa ayuda financiera si Egipto decide oponerse a las
prescripciones de EE.UU. para su economía interior y su “extranjero cercano”.
Basta con preguntarle a Putin.
Antes de la revolución numerosos egipcios
–nacionalistas, socialistas y musulmanes– pedían el fin de la ayuda de EE.UU. y
del imperialismo estadounidense. Esa gente tiene una pequeña posibilidad de
llevar a Egipto a un camino de justicia social tanto en el interior como en su
política exterior. Si triunfan en las tan esperadas elecciones en septiembre y
noviembre en Egipto, los comunistas de Rusia conseguirán un gran impulso cuando
Rusia vaya a por su parte a las urnas. Apenas pueden contar con una victoria en
una de esas elecciones en Rusia, pero si pueden trabajar con fuerzas
nacionalistas, podrían ser el núcleo del verdadero Frente Popular que quisieran
representar Putin y Rusia Unida.
translation by German Levens