“Respeten nuestra existencia o esperen resistencia”, cantan los nativos canadienses en vísperas de su encuentro el 11 de enero con el primer ministro Stephen Harper.

Motivado por las tres gélidas semanas de huelga de hambre que ya ha cumplido Theresa Spence, la jefa de la nación originaria canadiense Attawapiskat, el alzamiento indígena en Canadá es la manifestación más reciente de los pueblos colonizados del mundo, que tratan de liberarse de los grilletes del imperialismo. Se trata, sin duda alguna, de un momento de vital importancia para todos nosotros.

El itinerario guerrero de los indígenas canadienses recuerda al de los musulmanes egipcios que desde la revolución de enero de 2011 combaten a sus occidentalizadores y a la vieja guardia de Mubarak o a la lucha de los nativos palestinos contra el robo israelí de su territorio. Es una continuación de la lucha del pueblo iraní contra la implacable subversión de Occidente. No es ninguna coincidencia que algunos de los manifestantes ante las embajadas canadienses fuesen cairotas o que el líder activista nativo Terrance Nelson haya recibido recientemente el apoyo de Teherán por sus esfuerzos destinados a obtener un asiento a la mesa de la OPEP para los auténticos dueños de petróleo y del gas de Canadá.

Esta lucha tiene ya más de dos siglos. En Canadá se inició realmente en el XIX, cuando el goteo de colonos se convirtió en un diluvio y se aceleró el robo de los territorios nativos. En Egipto empezó en 1798 con la invasión napoleónica y se incrementó en 1875 cuando el primer ministro británico Benjamin Disraeli “compró” el Canal de Suez, cuya construcción por mano de obra contratada había costado decenas de miles de vidas egipcias. En Irán también se inició en el siglo XIX, cuando Rusia se apoderó del norte del país (hoy en día Azerbaiyán), y se extendió cuando Reuter y otros hombres de negocios occidentales sobornaron al Sha para que les otorgase lucrativas concesiones económicas. Palestina ha sido el centro de la lucha antiimperialista desde que las potencias occidentales impusieron ilegalmente un Estado judío en el corazón del mundo musulmán.

Los nativos canadienses lucharon por su territorio, pero se vieron desbordados por colonos astutos y hambrientos de tierra y hoy en día representan sólo el 3% de la población canadiense. La mayoría de ellos malviven en la más absoluta pobreza en las reservas baldías que les asignaron los vencedores y su esperanza de vida es corta.

Pero la resistencia está viva y en todo su esplendor. “Idle No More” se ha extendido a la totalidad de Canadá desde que Spence plantó su tienda de campaña en las proximidades de la Colina del Parlamento. Los egipcios se han rebelado cuatro veces desde el golpe de Disraeli, recuperaron el canal y en la actualidad están construyendo un nuevo orden político, esta vez no inspirado por los dictados imperiales occidentales, sino por el Corán. Irán hizo su revolución en 1979 y desde entonces se ha enfrentado al monstruo imperial y les dice las verdades en la cara a los aspirantes a amos del mundo.

Todas las maniobras de los imperialistas fueron variaciones del plan para robar las tierras ajenas y vincular las economías de éstas a un orden mundial vigilado por las armas imperiales y el dinero. El arsenal imperial posee muchas armas –convencionales y nucleares– capaces de destruir muchas veces toda la vida sobre la Tierra. Las más recientes son los aviones no tripulados, que lanzan bombas revientabúnkeres de uranio “empobrecido” (con una radioactividad garantizada durante cientos de miles de años).

La última moda, el imperialismo posmoderno, se camufla con “derechos humanos” y con la lucha contra el terrorismo y las armas de destrucción masiva. Se trata de un mero subterfugio, como ya ha demostrado la invasión de Iraq (y las invasiones planeadas de Irán y Siria) con el pretexto de la erradicación de armas de destrucción masiva. En vez de ello, cientos de miles de seres inocentes han muerto asesinados tras las invasiones usamericanas, sin ningún culpable, sin armas de destrucción masiva y sin final a la vista.

La flagrante violación por parte de Israel de todas las normas internacionales también sigue impune. De hecho, USA la subvenciona y Canadá la respalda con entusiasmo.

El imperialismo sigue vivo y rebosante de salud y Canadá tiene la fortuna de haber engendrado por fin una voz clara que les dice a otros canadienses y al mundo esta triste verdad. La alarma del primer ministro Stephen Harper se activó el pasado mes de noviembre cuando el líder indígena activista Terrance Nelson fue a Teherán, en claro desafío a los conservadores del gobierno tras la ruptura no provocada de relaciones diplomáticas con Irán. Nelson fue ridiculizado como un traidor, pero los canadienses deberíamos saber quién está verdaderamente restringiendo la soberanía de nuestro país y nuestra reputación.

Las líneas de batalla están trazadas. El statu quo de Harper se está movilizando para sacar adelante su plan. Jonathan Kay ha escrito lo siguiente en el National Post a propósito del tratado de 1905 que rige la reserva de Attawapiskat: “Los fundamentos del tratado perdieron todo su sentido cuando desapareció la tradición cazadora de los nativos. Ésta la razón fundamental que vuelve irrelevante el mensaje de Idle No More sobre los tratados: El gran desafío de la política indígena en el siglo XXI será la integración de las naciones originarias en la más amplia economía que tiene su sede en los centros poblacionales canadienses. No es posible dar marcha atrás, ni hasta 1905 ni tampoco hasta 1930.” La única respuesta, afirman los asimilacionistas, consiste en dirigir a los nativos que todavía quedan hacia guetos urbanos, donde podrían vivir, como otros canadienses pobres, de las prestaciones de la asistencia social.

Jeffery Simpson, del Globe and Mail, reprende a los nativos por “vivir intelectualmente en un palacio de ensueño” basado “en la mitología de la protección del medio ambiente y en el vínculo sagrado de los indígenas con sus tierras”. Según él, el primer ministro Harper hizo bien al rechazar un cara a cara con el jefe nativo, ya que un primer ministro no debe aceptar el “chantaje” de hacer lo que le imponga cualquier grupo de presión o individuo.

En su calidad de jefa de una de las naciones originarias que se debe a su pueblo, es la “lobbysta” Spence quien tiene credenciales de líder canadiense, no el intrigante y hambriento de poder Harper, que se abrió camino hacia la jefatura del Partido Conservador de Canadá con promesas incumplidas y mentiras.

Los “incidentes aislados” de que se burla Simpson están teniendo lugar de forma espontánea, de costa a costa, y quienes los protagonizan son manifestantes de las naciones originarias, con bloqueos de vías de ferrocarril, carreteras, flashdancings en centros comerciales e incluso con alteraciones y cierres de varios pasos fronterizos con USA. Ha habido manifestaciones en muchas partes del mundo, Palestina, El Cairo, Londres, USA, Aotearoa (Nueva Zelanda).

Miles de indígenas marcharon hasta la Colina del Parlamento el viernes 21 de diciembre de 2012 en Ottawa (Ontario) para exigir una reunión con el primer ministro Stephen Harper. “Idle No More” es “sólo el comienzo” de las acciones de las naciones originarias contra los cambios legislativos unilaterales y otras violaciones de los “derechos humanos” en las comunidades de las naciones originarias. André Forget/Agencia QMI

A pesar del menosprecio de los medios, los canadienses nativos y no nativos han mostrado su simpatía por el movimiento. El diputado Charlie Angus, del partido socialdemócrata NDP, ha visitado a Spence en su tienda de campaña y lo mismo ha hecho Justin Trudeau, el hijo de Pierre Elliot Trudeau, el antiguo primer ministro del país: “Mi encuentro con la jefa Theresa ha sido conmovedor. Está dispuesta a sacrificarlo todo por su pueblo. No debería verse obligada a hacerlo”.

Los líderes de otras comunidades indígenas han secundado rápidamente la lucha para cooptar las protestas. Shawn Atleo, jefe de la Asamblea de las Naciones Originarias, ha hecho un llamamiento para una nueva campaña de desobediencia el próximo 16 de enero con declaraciones de “perturbaciones económicas en todo el país” y “ruptura del tratado”, lo cual debería culminar con la propuesta de la Cumbre de Naciones Originarias el 24 de enero, una repetición de la reunión del año pasado, cuando las pésimas condiciones de vivienda en la reserva de Attawapiskat fueron noticia por primera vez en los medios.

Idle No More también puede actuar como catalizador para encender la llama de una lucha más amplia contra los planes de Harper, su olvido de las leyes de protección del medio ambiente y el declive de Canadá en materia de derechos humanos. Es posible que la aceptación a regañadientes de Harper para reunirse con los líderes nativos el próximo 11 de enero haya tenido lugar demasiado tarde para él. El hecho de haber permitido que una líder indígena mantenga una huelga de hambre con la determinación de morir si fuese necesario en el corazón de la democracia canadiense, y nada menos que en Navidad, no es un buen ejemplo de relaciones públicas por parte de un líder cuya permanencia en el poder no está asegurada. Spence ha aceptado la invitación, pero se ha negado a poner fin a la huelga de hambre que inició el 11 de diciembre hasta que esté convencida de que no se trata de un truco para ganar tiempo. Ha insistido en que deberán asistir a la reunión el gobernador general David Johnston (representante en el país de la reina Isabel II, que es la jefa de Estado de Canadá) y el primer ministro de Ontario, Dalton McGuinty.

Por fin Canadá se está redimiendo a sí mismo ante los ojos del mundo tras siete humillantes años de haberse plegado a los planes usamericanos e israelíes tanto en los asuntos exteriores como en los locales, y debemos agradecérselo a las naciones originarias, a su determinación de “abrir una vía de escape para el dolor del mundo”, por decirlo con las mismas palabras de Naomi Klein. Idle No More habla por todos los canadienses contra ese 1% que con tanta ansia agota los recursos de Canadá y mancilla su reputación en el mundo. “La mayor de todas las bendiciones es la propia soberanía indígena. Si los canadienses tienen la oportunidad de detener los planes de quebrantamiento planetario de Harper será porque estos derechos jurídicamente vinculantes –respaldados por los movimientos de masas, las denuncias ante los tribunales y la acción directa– se interpondrán en su camino.”

No solamente los nativos de Canadá empoderan a todos los canadienses contra el 1%, sino que también nos ayudan a entender las acciones de Canadá en Palestina e Irán, países cuyos ciudadanos admiran a Canadá y apoyan a nuestros indígenas, cuya lucha contra el orden imperial es también su lucha. La victoria contra el Mubarak canadiense ayuda a los egipcios a sacudirse el legado del neoliberalismo, ayuda a los palestinos en su lucha contra los colonos judíos de Israel y también a los iraníes que mueren en los hospitales por falta de medicamentos debido a un embargo que pretende aplastar su independencia.

Translated by  Eve Harguindey

http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=8973

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Canadian Eric Walberg is known worldwide as a journalist specializing in the Middle East, Central Asia and Russia. A graduate of University of Toronto and Cambridge in economics, he has been writing on East-West relations since the 1980s.

He has lived in both the Soviet Union and Russia, and then Uzbekistan, as a UN adviser, writer, translator and lecturer. Presently a writer for the foremost Cairo newspaper, Al Ahram, he is also a regular contributor to Counterpunch, Dissident Voice, Global Research, Al-Jazeerah and Turkish Weekly, and is a commentator on Voice of the Cape radio.

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